jueves, 15 de mayo de 2008

[...]


El martes 15 de abril, una llamada telefónica de madrugada (de esas que inefablemente son malas noticias) me levantó de la cama.

- Tío? necesitaba contarte que papá acaba de dejarme encargada, para siempre, su vieja máquina de escribir...

Era la voz temblorosa de Facundo, con la única frase que encontró para hacerse a la idea de que el flaco simplemente había decido tomarse uno de sus tantos viajes de incógnito. No supe qué decir, simplemente colgué el teléfono y corrí a sentarme en la mesita al lado de la cama, para escribir una carta de despedida al flaco, al escritor famoso del Cusco, al hijo querido de San Marcos, a ese peruanazo ilustre, a mi hermano, a Fab.


Lima, 15 de abril de 2008
Querido flaco:

Hoy el teléfono, luego de mucho tiempo, volvió a hacerme llorar. No se trata de hacer un drama, hermano mío. Se trata de poner en práctica las ideas de la loca de Sophía, esa teoría de que el alma siempre se queda dando vueltas para despedirse de los demás, antes de partir.
Tanto tiempo ese café postergado, flaco! El viaje del próximo julio a París, el concierto de Joaquín, a manera de homenaje...

No sé bien qué decirte. Siempre fui el que te puso las tildes en las íes, el que ponía mala cara, y tú siempre el irreverente, el peruanazo ilustre, al que siempre le gustó (aunque lo niegues) ser entrevistado en cada visita a Lima.

No puedo dejar de pensar en cómo haré ahora para pedirle a Sophía la infinidad de libros míos que tienes refundidos por tu casa. Como siempre, no hubieras sido gran cosa, si no hubiera sido por el gran apoyo que siempre te di. Y créeme que extrañaré tus vinos de regalo, comprados a útima hora en el duty free del aeropuerto.

Han pasado 25 minutos, fab. Aún no te vayas. Quisiera decir tanto, pero los años crean telarañas en los reflejos, sabes? claro que lo sabes, con esa parsimonia desesperante que tienes para subir un simple peldaño.

Me pregunto cuántas hojas se te quedaron escritas en algún cuadernito. O cuántos cuentos se quedaron listos a punto de ser famosos. Hoy recuerdo mucho a San Marcos, a las caminatas interminables, al primer recorte de un artículo tuyo publicado en el comercio.

Siento pena, flaco, créeme que sí. Y pienso en Facundo. Tristemente parecido a ti, escuálido, agudo, amiguero. No quiero hablarle. Siempre he sido un tipo que le rehúye a la gente, a la bulla. Prefiero enviarle una publicación de tu primer cuento a Sophía, para que se lleve lo primero de ti, así como también lo último.

Discúlpame, pero no iré a verte ahora. Ya no tiene tanto sentido. Al carajo todo, flaco. Siempre pensé que me iría yo primero, y que serías tú el huachafo que encabece la perorata de discursos el día de mi entierro. No creo, como dirán muchos, que se ha ido uno de los mejores peruanos. El mejor, sin duda alguna, es el que escribe estas líneas. Pero eso sí, que no duden que se ha ido el segundo mejor peruano.

Perdona las bromas, hermano, pero nunca he resistido las ganas de gastártelas, aunque sean verdades. Yo sé que nunca fuiste el de tus libros. Que el César Escajadillo del Perú, no era más que un flaco Fabricio, lo bastante sensible como para un país inclemente. Que se fue a España no precisamente para vivir la vida de escritor, ni para buscar a Julio, sino que se fue más bien herido víctima de un país mal agradecido; pero a mí, aunque nunca pude decírtelo cara a cara, se me fue un compañero de guerra, un compinche de cafés. Descuida, que como te dije aquella vez en Suiza, al menos sabías que huías porque amabas.
Ya van casi 57 minutos. No sé si estés aquí. O allá. O si no estés. Es una lástima, querido flaco. Tú sabes, más que nadie, que siempre he sido pésimo para estas situaciones mundanas. Sabes que siempre estaré ahí para Facundo, que si de algo te sirve, guardo en mi cajón la cartita que le escribiste alguna vez, camino a la clínica el día en que nació. Y que prometo evitar, como siempre me lo pediste, que se convierta a esta suerte de calvario, que es el escribir. Aunque dudo mucho que logre evitarlo. Él eres tú.
Intenté hacer más líneas, pero me ha resultado imposible. Gajes del oficio. No te rezaré, créeme. Pero quizás y te extrañe un tiempo más.

Nos vemos hermano.


Carlos

lunes, 5 de mayo de 2008

Viejo amor


¿Qué hace un viejo, cuando una bella muchacha le sonríe en la
faz del corazón?

¿Qué debería hacer un viejo cuando recuerda esa palabra amor,
que aprendió a olvidar tanto años atrás?

¿Cómo no cerrar los ojos para dedicarme únicamente a
recordarla?

¿Cómo no peinarme con esmero y dedicación, vestirme con mi
mejor saco de cuero, y usar mi mejor perfume para ir al
café, porque hoy es sábado e irá a buscarme, y leerá mis
libros, y escucharé a sus labios decir mi nombre?

¿Cómo no pensar en que también me recuerda antes de dormir, y
que sonríe por mí al despertar, aunque sepa que no es verdad?

¿Cómo no desear que Anna se escriba junto a Carlos, y que no sea
solamente en el libro que le dediqué?

¿Cómo no querer regresar a los 20?

¿Cómo no desear besarla, con sus cabellos ondulados en mis
manos, y su apasionante dulzura de mujer en la yema de los
dedos?

¿Cómo no ser un viejo enamorado, de una preciosa jovencita
vestida de azul?