viernes, 6 de febrero de 2009

De vuelta


Anoche, luego de 4 meses de ausencia, puedo decirme nuevamente limeño, pero con real convicción, y despotricar a mis anchas sobre lo terrible que es estar alejado de este subplaneta, como es Lima.

Mi silencio, entonces, ha sido producto de ese alejamiento. Y producto también del alejamiento hacia mí mismo. Confieso que es terrible la idea de permanecer sentado frente a un ordenador, no solamente marea, sino que siempre termino cuestionando la pericia de mi oftalmólogo. En fin.

El hecho de volver a Lima puede resultar complicado. No hay peruano que pueda decirme lo contrario. Aunque este pedacito del mundo que nos regaló Mefistófeles es incomparable. Debo presentar mi queja, eso sí, por el tema del tránsito vehicular. Vaya Ud. a saber a quién se le metió en la cabeza que la mejor solución para descongestionar el flujo de automóviles y combis de la avenida era hacerlos transitar por una pequeña callecita, ubicada a 3 cuadras de la avenida. Así que he encontrado a una Lima más abochornada que nunca por el calor, pero debemos mantener las ventanas cerradas para evitar el smog y el estridente caos.

El motivo de mi partida no pudo ser otro que una obligación. Luego de una vida por allá, de tantos amigos en cada bar, de tantos otoños, un hermano se me fue, y prometí no volver a saber nada de la madre patria (hay que ver que somos unos verdaderos hijos de puta).
Sin embargo, la invitación que dejaron bajo mi puerta a la presentación de un libro en homenaje a un tal Carlos Arredondo, no solamente me produjo una sincera carcajada, sino que me conminó a un viaje relámpago de casi 5 meses, a manera de secuestro.

El trajín es tan exagerado en un aeropuerto, y mis piernas están tan cansadas, que de recordar lo vivido ya necesito mi bastón. Pero al volver, apenas y crucé la puerta de salida cuando vi el cartelito blanco con mi nombre, y a una preciosa muchacha de cabellos negros y ondulados con una sonrisa impecable y mía que me reclamó el porqué de haber demorado tanto. Y estaba vestida de azul.

Tengo aún toda la ropa en la valija, y creo que también me he dejado dentro todas mis ganas, porque lo único que llevo encima es todo el ocio de Madrid, y las ganas de darme una vueltita por el Haití. Tengo libros por leer, una tos tremenda que curar, y una lista de amigos a los cuales quiero visitar.

Estar de vuelta es bueno. Un recibimiento como ese, azul y con cartelitos blancos, es inolvidable. Bien vale la pena volver a irse, para regresar nuevamente. Gracias.



P.D.: Es la primera vez que uso una flor en la solapa.

jueves, 15 de mayo de 2008

[...]


El martes 15 de abril, una llamada telefónica de madrugada (de esas que inefablemente son malas noticias) me levantó de la cama.

- Tío? necesitaba contarte que papá acaba de dejarme encargada, para siempre, su vieja máquina de escribir...

Era la voz temblorosa de Facundo, con la única frase que encontró para hacerse a la idea de que el flaco simplemente había decido tomarse uno de sus tantos viajes de incógnito. No supe qué decir, simplemente colgué el teléfono y corrí a sentarme en la mesita al lado de la cama, para escribir una carta de despedida al flaco, al escritor famoso del Cusco, al hijo querido de San Marcos, a ese peruanazo ilustre, a mi hermano, a Fab.


Lima, 15 de abril de 2008
Querido flaco:

Hoy el teléfono, luego de mucho tiempo, volvió a hacerme llorar. No se trata de hacer un drama, hermano mío. Se trata de poner en práctica las ideas de la loca de Sophía, esa teoría de que el alma siempre se queda dando vueltas para despedirse de los demás, antes de partir.
Tanto tiempo ese café postergado, flaco! El viaje del próximo julio a París, el concierto de Joaquín, a manera de homenaje...

No sé bien qué decirte. Siempre fui el que te puso las tildes en las íes, el que ponía mala cara, y tú siempre el irreverente, el peruanazo ilustre, al que siempre le gustó (aunque lo niegues) ser entrevistado en cada visita a Lima.

No puedo dejar de pensar en cómo haré ahora para pedirle a Sophía la infinidad de libros míos que tienes refundidos por tu casa. Como siempre, no hubieras sido gran cosa, si no hubiera sido por el gran apoyo que siempre te di. Y créeme que extrañaré tus vinos de regalo, comprados a útima hora en el duty free del aeropuerto.

Han pasado 25 minutos, fab. Aún no te vayas. Quisiera decir tanto, pero los años crean telarañas en los reflejos, sabes? claro que lo sabes, con esa parsimonia desesperante que tienes para subir un simple peldaño.

Me pregunto cuántas hojas se te quedaron escritas en algún cuadernito. O cuántos cuentos se quedaron listos a punto de ser famosos. Hoy recuerdo mucho a San Marcos, a las caminatas interminables, al primer recorte de un artículo tuyo publicado en el comercio.

Siento pena, flaco, créeme que sí. Y pienso en Facundo. Tristemente parecido a ti, escuálido, agudo, amiguero. No quiero hablarle. Siempre he sido un tipo que le rehúye a la gente, a la bulla. Prefiero enviarle una publicación de tu primer cuento a Sophía, para que se lleve lo primero de ti, así como también lo último.

Discúlpame, pero no iré a verte ahora. Ya no tiene tanto sentido. Al carajo todo, flaco. Siempre pensé que me iría yo primero, y que serías tú el huachafo que encabece la perorata de discursos el día de mi entierro. No creo, como dirán muchos, que se ha ido uno de los mejores peruanos. El mejor, sin duda alguna, es el que escribe estas líneas. Pero eso sí, que no duden que se ha ido el segundo mejor peruano.

Perdona las bromas, hermano, pero nunca he resistido las ganas de gastártelas, aunque sean verdades. Yo sé que nunca fuiste el de tus libros. Que el César Escajadillo del Perú, no era más que un flaco Fabricio, lo bastante sensible como para un país inclemente. Que se fue a España no precisamente para vivir la vida de escritor, ni para buscar a Julio, sino que se fue más bien herido víctima de un país mal agradecido; pero a mí, aunque nunca pude decírtelo cara a cara, se me fue un compañero de guerra, un compinche de cafés. Descuida, que como te dije aquella vez en Suiza, al menos sabías que huías porque amabas.
Ya van casi 57 minutos. No sé si estés aquí. O allá. O si no estés. Es una lástima, querido flaco. Tú sabes, más que nadie, que siempre he sido pésimo para estas situaciones mundanas. Sabes que siempre estaré ahí para Facundo, que si de algo te sirve, guardo en mi cajón la cartita que le escribiste alguna vez, camino a la clínica el día en que nació. Y que prometo evitar, como siempre me lo pediste, que se convierta a esta suerte de calvario, que es el escribir. Aunque dudo mucho que logre evitarlo. Él eres tú.
Intenté hacer más líneas, pero me ha resultado imposible. Gajes del oficio. No te rezaré, créeme. Pero quizás y te extrañe un tiempo más.

Nos vemos hermano.


Carlos

lunes, 5 de mayo de 2008

Viejo amor


¿Qué hace un viejo, cuando una bella muchacha le sonríe en la
faz del corazón?

¿Qué debería hacer un viejo cuando recuerda esa palabra amor,
que aprendió a olvidar tanto años atrás?

¿Cómo no cerrar los ojos para dedicarme únicamente a
recordarla?

¿Cómo no peinarme con esmero y dedicación, vestirme con mi
mejor saco de cuero, y usar mi mejor perfume para ir al
café, porque hoy es sábado e irá a buscarme, y leerá mis
libros, y escucharé a sus labios decir mi nombre?

¿Cómo no pensar en que también me recuerda antes de dormir, y
que sonríe por mí al despertar, aunque sepa que no es verdad?

¿Cómo no desear que Anna se escriba junto a Carlos, y que no sea
solamente en el libro que le dediqué?

¿Cómo no querer regresar a los 20?

¿Cómo no desear besarla, con sus cabellos ondulados en mis
manos, y su apasionante dulzura de mujer en la yema de los
dedos?

¿Cómo no ser un viejo enamorado, de una preciosa jovencita
vestida de azul?

lunes, 14 de abril de 2008

Recuerdos II (copia fiel del original)

I'm feeling blue, me dice Muddy desde muy temprano. Las mañanas siempre se parecen, o quizás sea yo. Mi ropa ya ni siquiera tiene tu perfume impregnado. No me queda más que sentarme, con el café hirviendo en la mano, y el álbum de fotos frente a mí. Tus ojos, tu sonrisa, tu figura, y yo a tu lado, aunque sea en fotos.

El tiempo no pasa lento, simplemente no pasa, aunque yo sigo siendo cada día más viejo. Hay cada vez más pastillas en la mesa de noche, y el cigarro es el asesino más voraz de mis días. Pero aún así el tiempo no pasa. No paso las fotos del álbum por temor a ya no verte más, ni siquiera en fotos. Quisiera ser el mismo tipo que te abraza en esa foto. Y quisiera tocar tu cabello, quisiera sentir que me miras, que hueles mi perfume. Pero no es así. Y el aire es más denso.

Te he contado que ya no puedo escribir? Es decir, sí puedo hacerlo, pero tengo que usar estas gafas que hacen que mis ojos parezcan detrás de una pecera. Extraño, no? de lejos veo todo, pero de cerca no. ¡Claro! tenía que ser, porque en mi vida todo pasa al revés.

El tiempo sigue sin pasar, y ya es de noche. Ese cansancio idiota, y este sueño que nunca llega. Así soy yo ahora.

El viejo por el cual el tiempo no pasa, que está solo, que te extraña.


Escribí esta confesión de parte hace ya varios años. Sigo estando solo, sigo extrañando...

Recuerdos I


De mañana las calles lucen tan tranquilas... mis huesos están cansados, y las cuadras pueden resultarme interminables, es cierto, pero aún disfruto del fresco de la mañana, del olor de las flores de la plaza central, del olor del pan recién horneado, y del trinar de las aves.

A veces pienso que los ancianos somos un adorno más en las bancas de la plaza. Todos caminan apurados mirando la hora en sus relojes, aquél, por ejemplo, va con el saco abierto y terminando el nudo de la corbata. Las horas, en cambio, pueden ser tan largas para mí.

Me sucede a menudo que te veo doblar la esquina, reconozco tus ondulados cabellos negros, e intento incorporarme lo más rápido que puedo, hasta que el espejismo desaperece, y me quedo inmóvil, sentado, viejo... con la pena enorme de saber que no eres tú, que nunca serás tú.

No puedo decir que los años duelan, tal vez sí... pero la soledad sí que duele; tu ausencia me duele.Y de regreso a casa, abriré la puerta, y trataré de sentir tu perfume en las escaleras, para otra vez extrañarte.

Confessions de part

Hacer una confesión de vida a los casi 72 años me resulta ridículo. Me rehúso a pasar los pocos días que me quedan al pie de un altar, pidiendo perdón por cada una de mis canas. A estas alturas ya no tiene sentido arrepentirse de nada; y honestamente, cada día recuerdo menos las cosas. A mi edad los huesos son tan frágiles como la memoria, querido lector.

Si algo tengo que decir sobre mí, quizás se pueda resumir en afirmar que he vivido. He vivido cuanto he podido. No niego, sin embargo, que mirar al pasado me es recurrente. Pero todos, querido lector, estamos hechos de recuerdos, de añoranzas. Y los viejos no tendremos ya mucho futuro, pero sí tantísimo pasado.

Encontrarán seguramente divertido, o extraño, el que en un viejo escriba en un mundo de hoy. Y créame que venir a entender lo que es un blog, me ha resultado la empresa más agobiante del pasado año, y quizás de toda mi vida. En mi época la vida la enseñaban los adultos, y los niños acataban las lecciones. Ahora todo es al revés. Que yo recuerde, es la primera vez que un adulto sabe menos que un pequeño de 10 años.

Al decir verdad, yo tengo algunas nociones de estos aparatos modernos. Son ya 7 años que mi hijo ad honorem vive en Roma, y su regalo de despedida fue un monstruoso aparato que ocupa un sitial exagerado en mi pequeño comedor de diario. Se trata de una computadora de éstas que tienen internet y una cámara para poder imaginar que se está frente a frente. Tuve que aprender primero a pronunciar “Messenger”, y luego a utilizarlo. Aprendí a “navegar”, y descubrí un mundo casi paralelo. Fue darme cuenta de que este mundo ya no me pertenece.

Yo escribo desde la infancia. Escribir ha sido parte fundamental de los días de mi vida. Y el cigarro, parte fundamental de poder escribir. Hace unos años que inicié la aventura de intercambiar escritos por internet. Y cometo hoy el temerario atrevimiento de publicar estas líneas, este “blog”, o simplemente esta bitácora de vida, a todos aquellos que desean buenamente darse un respiro por estas líneas.